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Es complicado fotografiar un memorial, incluso desde el punto de vista técnico. Es imposible abarcarlo en un solo recorte. Para captar el lugar entero es necesario alejarse tanto que su contenido se disipa. Y demasiado cerca se pierden de vista los otros objetos que forman parte.
La superposición caótica de elementos que hacen al santuario complica organizar una imagen fotográfica en términos de registro. Y sin embargo, la disposición de estos elementos dan la pauta de que todo esta reconstruido con planificación y cuidado. Lo que complica aun más hacerse una imagen mental de lo que trata el lugar. O imaginar desde que paso y como, hasta porque el lugar se llamaba Cromagnon. Quién nombró así y por qué a ese lugar.
Es a partir de un vacío que surgen las preguntas y la necesidad de reconstruir un pasado coherente, sin contradicciones. Así surge la memoria.
Una cosa es evidente: la puesta en escena del dolor, montada a partir de los restos de una tragedia. Es la idealización de la muerte trágica la que construye santuario. La fe en lo inmanente de la tragedia, en el germen de “lo que termina mal”.
Es interesante cómo la gente construye memoria a partir de lo que considera un acontecimiento. Algo que no admite vuelta atrás. Algo que se considera que va a formar parte de lo que tiene que ser contado y transmitido.
Lo que queda es el acto de recordar. No hay pasado ahí. Hay la voluntad actual de hacer memoria. Ya no se trata tanto de lo que pasó como de lo que se cree que pasa todos los días. Hay una concepción de la justicia, de la organización de la sociedad, de cómo están dadas las cosas.
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